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  • El proyecto que cuida la salud mental de los más pequeños en las escuelas públicas del Perú

Alloca, una comunidad escondida entre montañas y silencios, amaneció diferente. Ese día, el sonido del viento trajo risas, cuentos y colores. En la pequeña institución educativa “IE 20671”, los niños descubrieron que las emociones también pueden tener nombre, forma y abrazo. Allí, entre juegos, miradas y palabras sencillas, empezó a latir el proyecto «Comunidades resilientes en centros educativos públicos», una iniciativa de Calma – Servicio de Responsabilidad Social Universitario de la Facultad de Psicología de la Universidad Continental.

Fue más que una jornada. Fue un encuentro con la ternura, con la fuerza invisible que sostiene a las comunidades cuando el mundo parece frágil. Desde las 10 de la mañana hasta las 4 de la tarde, los internos de Psicología llevaron a cabo intervenciones de primeros auxilios psicológicos (PAP), cuentoterapia y orientación familiar, convirtiendo un aula rural en un refugio emocional.

“Adaptar los primeros auxilios psicológicos a la infancia es traducir el lenguaje técnico en gestos, juegos y escucha activa”, comenta Bryan Ponce, interno de Calma.
“Los niños comprenden mejor el cuidado emocional cuando se sienten seguros y acompañados”, añade Carolina Cajacuri, su compañera de equipo.

El cuento El monstruo de colores se volvió brújula emocional. Los pequeños, de entre 4 y 12 años, aprendieron a reconocer lo que sentían: tristeza, miedo, alegría, enojo. Y mientras las páginas se abrían, también lo hacían sus corazones. “Fue hermoso ver cómo nombraban sus emociones con sus propias palabras”, recuerda Yajaira Pamplona, otra interna de Calma.

Esa tarde, trece estudiantes, junto a diecinueve padres y docentes, participaron en una experiencia que sembró conciencia y afecto. Las madres y los padres compartieron sus temores, sus dudas, y aprendieron estrategias sencillas para acompañar a sus hijos. “Fue un espacio de confianza y aprendizaje mutuo”, dice Kevin Salas, otro de los jóvenes que se formaron acompañando desde la empatía.

“En lugares donde los servicios de salud mental no siempre están cerca, nuestra presencia genera esperanza”, afirma Giovanna J. Osorio Romero, psicóloga coordinadora de Calma. “Escuchar, contener y orientar puede marcar una diferencia real en el bienestar de una comunidad.”

Y esa diferencia se siente. En los ojos tranquilos de los niños al final del día, en las madres que agradecen con un gesto, en los docentes que descubren nuevas formas de cuidar.

Los datos confirman la urgencia: según el Ministerio de Salud, los casos de salud mental aumentaron casi un 20 % entre 2021 y 2022. UNICEF advierte que uno de cada tres niños y adolescentes en el Perú podría ver afectado su bienestar emocional. En las zonas rurales, solo el 24 % accede a atención especializada. Pero más allá de los números, lo que se vio en Alloca fue humanidad en acción: jóvenes universitarios que decidieron poner su conocimiento al servicio de los demás.

El modelo de intervención de Calma, inspirado en los primeros auxilios psicológicos de la OPS, no busca reemplazar terapias, sino acercar la escucha y el acompañamiento donde antes había silencio. Esta primera experiencia se proyecta como un piloto para futuras intervenciones en más comunidades del país, con el objetivo de llegar a nuevas instituciones educativas antes de julio de 2026.

En Alloca, el eco de aquella jornada aún se escucha: un niño que ahora puede decir “estoy triste”, una madre que sabe cómo consolar, un equipo de jóvenes que aprendió que la salud mental también se construye con manos y corazones.

Porque cuidar la mente de un niño es cuidar el futuro de un pueblo.
Y en cada historia contada, en cada emoción reconocida, una comunidad se vuelve más resiliente.

Contacto para prensa y citas: calma@continental.edu.pe

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