Hemos iniciado un nuevo período académico y ésta trae consigo desafíos y oportunidades para innovar las experiencias de aprendizaje que nuestros estudiantes vivencian; y en ella la evaluación es un elemento clave por cuanto, esta provee de información tanto a estudiantes, docentes y gestores para incorporar procesos de mejora para alcanzar mejores de niveles de desempeño de los resultados de aprendizaje previstos, así como de las competencias conformantes del perfil de egreso de cada estudiante.
La evaluación usualmente ha sido concebida como el momento de la verdad para que el estudiante demuestre el o los desempeño(s) en la actividad que el docente ha señalado. En este momento convergen expectativas, tensiones y esperanzas; por el lado de los estudiantes que buscan ver reconocido su esfuerzo y por la de los docentes que aspiran a validar, con justicia y rigor, el nivel de logro del desempeño que expecta debían o deben alcanzar sus estudiantes. Sin embargo, esto se ve interpelado por una fuerza transformadora que ha irrumpido con fuerza, y esta es la inteligencia artificial (IA).
En ese sentido, más que un recurso tecnológico, la IA abre un horizonte de desafíos y oportunidades que nos obligan a repensar las prácticas evaluativas en la universidad. ¿Debemos seguir evaluando de la manera en que lo venimos haciendo, sabiendo que muchas actividades, productos académicos son realizados o son posibles de ser realizados por diversas herramientas de IA? ¿Debemos prohibir el uso de la IA? ¿Debemos concentrarnos en utilizar herramientas que detecten lo producido por la IA? ¿Debemos repensar los desempeños que evaluamos? ¿Debemos tal vez concentrarnos en evaluar habilidades humanas?. También el utilizar la IA para la verificación de aprendizajes genera incertidumbres legítimas: ¿Cómo asegurar la confiabilidad y validez de los procesos? ¿Qué pasa con la equidad cuando los sistemas reproducen sesgos invisibles? ¿Qué papel conserva el juicio ético y pedagógico del docente? Son preguntas que no podemos ignorar.

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Como vemos, la inteligencia artificial está desafiando el statu quo de como realizamos la evaluación, invitándonos a soñar con nuevas posibilidades, a repensar la manera en que enseñamos, evaluamos y cómo aprenden nuestros estudiantes. Durante décadas, la evaluación sumativa es la que ha predominado en la educación universitaria, que generalmente al referirse a la evaluación esta se ve reducida a la nota final, sea de una actividad, unidad o período académico, tal como se aprecia en los diferentes sistemas de evaluación implementados en ellas. Este tipo de evaluación, aunque útil, suele generar en los estudiantes ansiedad, y esencialmente penaliza el error, perdiendo la oportunidad de convertirse en un recurso de aprendizaje, por cuanto desde esa perspectiva. rara vez logra capturar la riqueza del proceso formativo que vive cada estudiante.
Ante ello, surge la necesidad de incorporar procesos de evaluación formativa para proporcionar retroalimentación oportuna y pertinente a los estudiantes sobre su proceso de aprendizaje en toda su complejidad y diversidad, acompañándolo en el cierre de brechas de los desempeños que se espera alcancen, que antes de la irrupción de la IA representaba un enorme desafío, pero hoy es una oportunidad para profundizar la forma en que se puede proporcionar, adaptándose a las particularidades de los estudiantes, avanzando hacia procesos de personalización del aprendizaje.
Como podemos apreciar, estamos, en un momento de grandes oportunidades, donde la evaluación, tantas veces entendida como un cierre, puede transformarse en apertura al aprendizaje continuo, a la innovación pedagógica y a una formación universitaria equitativa, inclusiva y profundamente humana; donde considero que la clave no está en reemplazar al docente como evaluador, sino en redescubrir y fortalecer su rol, asegurando que la evaluación conserve su sentido pedagógico y ético; comprendiendo que la IA ya está aquí; y la verdadera innovación será nuestra capacidad de integrarla con sentido, con compromiso y, sobre todo, con corazón.