Por: Dr. Jorge Luis Jesus Obregón Peralta
Hoy en la mañana me encontré conmovido con un texto: “Qué es ser el más grande profesor que haya existido…” Inmediatamente, me vino a la mente una de esas sensaciones familiares y me pareció una interesante coincidencia. Un viejo ensayo que escribí, el texto lleva por título «El camino para ser un gran educador…» y como excede lo estrictamente académico y tiene algunas cosas que me parece que nos representan a todos, necesito compartirlo.
Dice así:
Mucha gente me interroga, ¿Por qué sigo acá en Perú?, un país con situaciones terribles y de alta inseguridad ciudadana; es porque tengo que dictar clases a las siete de la noche y mis estudiantes merecen tener la mejor experiencia educativa de la historia. Quiero decir, si me ofrecieran vacaciones pagadas para irme a Europa ahora mismo, yo las postergaría y me quedaría acá por lo menos hasta la final del semestre. Y es que la clase de hoy es única, nunca se verá algo parecido dentro de ninguna aula de clase en ninguna época y es muy posible que no ocurra más. Es verdad, estoy escribiendo inmediatamente; redacto esto la misma semana en que un estudiante del ciclo pasado entró a mi clase como alumno libre solo porque se le cruzaron los horarios para matricularse en mi curso. Eso a cualquiera le infla el pecho.

Imagen creada por IA(31/08/2025, Gemini versión flash 2.5
La prensa peruana no habla de la educación. Se centra en la crisis política, el internet explota con los rumores de quién sabe qué; sin embargo, de todo esto me acaba de pasar una idea por mi cabeza, una teoría extraña, muy difícil de explicar. Justamente por eso intentaré escribirla a ver si termino de darle asidero. Todo empezó a medianoche. Estoy mirando sin parar mi portafolio negro de trabajo. Lo hago con culpa porque estoy en mitad de un artículo de investigación que debo terminar este final de mes; no debería estar haciendo esto. De casualidad veo mi librero y en uno de los estantes bajos que ya tengo algo olvidado leo GTO. Es un manga, de cientos que en mi juventud compré, pero enseguida recuerdo. Debe ser algo importante para no haberlo dejado en las cajas del almacén; lo abro y me doy cuenta. Mi yo del pasado me dejó un mensaje. Es así que como electricidad desde mis pies cruzando al hipotálamo un recuerdo de quién era Eikichi Onizuka o Great Teacher Onizuka, como se autodenomina él (GTO) vuelve a mi mente.
Este manga era una obra creada por Tooru Fujisawa quien describió a su personaje Onizuka, como un exmiembro de una banda de motociclistas que decide convertirse en maestro con la ambición de ser el mejor profesor de la historia. Invadido por la nostalgia, cogí el primer volumen y luego el segundo y noté que, pese a la comedia y las extravagancias del personaje, había una constante: Onizuka siempre caía de un edificio, de un tejado o una superficie elevada para salvar a un estudiante en peligro y nunca se quejaba. Es más, esto casi le cuesta la vida, pero él se seguía levantando, no renunciaba no flaqueaba. No buscaba con astucia que lo reconozcan y que le suban el sueldo. En cada caída, él tiene los ojos puestos en salvar la vida a su estudiante, en protegerlo. Además, hace esfuerzos inhumanos para que aquellos que están a su cargo disfruten de ir a clases. Son muchísimos momentos, no solo las caídas. Onizuka se esfuerza por entender a sus estudiantes más allá de sus problemas académicos, utiliza métodos poco ortodoxos pero efectivos para enseñar lecciones importantes, les ayuda a superar dificultades tanto dentro como fuera del aula, desafía a sus estudiantes a pensar por sí mismos y fuera de la caja y, a pesar de enfrentar numerosos obstáculos y críticas, Onizuka demuestra una gran resiliencia y determinación para cumplir su misión de ser un gran maestro. Nunca había visto a un personaje hacer de mentor con todas estas características juntas. Él se esfuerza por entender a sus estudiantes y sus problemas personales, ganándose su confianza y respeto. Y si en el proceso tiene que salvar la vida a cualquiera de sus estudiantes, él va y apuesta la suya.
Me quedé de repente sorprendido porque un sentimiento me resultaba familiar en esta relectura. Medité un rato y sopesé la figura del docente universitario y el personaje de Onizuka, este último nos muestra que la educación va más allá de la simple transmisión de conocimientos. Se trata de inspirar, orientar, guiar y apoyar a los estudiantes en su camino hacia el desarrollo personal y profesional. Por otro lado, el docente universitario actual tiene un perfil muy, muy claro por el que muchas veces, luego de hacer la maestría, sigue haciendo investigación y pensando en el doctorado con el objetivo de pasar de tiempo parcial a tiempo completo, para así ya no trabajar en más de una universidad o simplemente asegurar la carga académica. Es lo propio procurar el bienestar personal. En contraste Onizuka parece no entender nada sobre la docencia ni sobre las oportunidades. Se le ve como un tonto. Solamente desea que sus estudiantes se diviertan y vayan a estudiar. No le importa el número de horas, ni la paga, tampoco si debe buscar otro trabajo en otra parte porque las pasa canutas. Hay que entender bien el contexto para comprender esto. Onizuka, como un profesor es poco convencional, tiene una filosofía de vida que es importante y necesaria escuchar, no por nada los pandilleros aprenden que a veces la violencia es la única forma de comunicarse; el ser docente requiere violencia más no una de carácter físico, sino una de emociones que haga que el aprendizaje no tenga que ser aburrido. Y aunque pueda parecer un poco cliché, lo cierto es que muchas veces nos aferramos a una cultura egoísta o perdemos esa violencia que es nuestro entusiasmo, cuando en realidad la docencia puede ser divertida y beneficiosa si es que nos atrevemos a vivirla de verdad.
Yo tenía un profesor en la adolescencia que se apellidaba Chara. Nada lo conmovía; le apodábamos “el indio”. No era el profesor favorito de todos. Entraba a clases y se hacía silencio. Sonaba el timbre y nos quitaba minutos del recreo. Sin embargo, cuando alguien, mis amigos o yo mismo necesitábamos ayuda académica, siempre iba; no importaba que fuera en horario no laborable, el indio nos daba su tiempo. Quería que nosotros comprendiéramos su materia más que nada en el mundo. Moría por darnos las separatas de química que él mismo había diseñado. Cuando contestábamos bien sus preguntas, el hombre saltaba de entusiasmo. Yo o mis compañeros cuando nadie usaba los ordenadores disfrutamos de sus clases con transparencias. No importaba qué tan avanzados estábamos él se hacía cargo hasta del más retrasado. Si le hacíamos una pregunta, sus ojos se volvían japoneses, atentos, intelectuales, dejando de ser los de un hombre sin sentimientos a por una fracción de segundo, los de un hombre tierno, él era un gran educador un GTO.
Es así que descubrí esta madrugada leyendo el manga, Onizuka es como el indio. Esa es mi teoría. Lamento que hayan llegado hasta acá con mejores expectativas. Onizuka en su simpleza convirtió el ser docente en una pasión. Tiene mucho sentido que no comprenda de beneficios. Gente como Onizuka no acusa al tráfico porque iba a llegar tarde, no se queja con sus superiores porque le van a descontar diez minutos, no busca evitar reprogramar clases. En las primeras universidades, los humanos también eran así. Iban detrás de la libertad de aprender y nada más para ser felices. No existían los memorándums, ni las dos especializaciones, ni el tener que pagar para que a uno le publiquen. Antes se enseñaba como lo hacía el indio y Onizuka. Después, la docencia se volvió muy rara. Ahora mismo, en este tiempo, a todo el mundo parece importanle más el protagonismo que enseñar. Después de una clase importante se abre una semana de tres conferencias. ¿El alumno no aprendió bien A, pero quieren que ya sepa B, Z y W? ¿Que el alumno desertó del curso porque tiene ansiedad? ¿Dejarán a María terminar el semestre a menos que pague la 18.ª cuota del semestre? El docente presencial llega siempre tarde y es normal. El docente no llega porque no encontró estacionamiento. Se reemplazará un docente porque los estudiantes recogieron firmas. No, señor, los GTO no saben de reglas, no entienden de estacionamientos van a pie, no entienden si una clase es la primera o es la de final de semestre, siempre les falta tiempo para enseñar. Los GTO quieren siempre dar la mejor experiencia educativa a sus estudiantes, estén muertos de sueño o estén saltando desde un edificio. Onizuka es un GTO; hace cosas imposibles porque solo quien ama la docencia lo pueden hacer. Mas hoy, la modernidad nos invitó a todos a hablar de reglas, requisitos y beneficios; y nos olvidamos de que lo importante era el estudiante.
Hasta que un día como hoy, recuerdo que un mangaka, escribe una historia de un chico pandillero y; como en su día un primate enfermo se mantuvo erguido y empezó la historia de la humanidad. En esta oportunidad ha sido un exdelincuente con habilidades y competencias diferentes, aparentemente no apto para ser el mejor de su generación, visiblemente violento, antisocial, incapaz de desarrollarse en lo académico, pero con un talento asombroso para mostrarnos resiliencia y que ser un gran maestro implica mucho más que seguir las normas establecidas; se trata de hacer una diferencia real en la vida de los estudiantes. Saben en el templo de Delfos había una frase: “Conócete a ti mismo». Y es curioso que el menos preparado, un tipo como Onizuka, cumpliera ese reto propuesto por el mismísimo Aristóteles. Porque solo conociéndose él es capaz de aceptar una verdad: que el ir a clases es divertido, que él hubiera sido una mejor persona si no hubiera faltado a clases porque sus maestros lo trataban como caso perdido, por eso comprende que ser estudiantes no es solo ser receptor de conocimiento, sino es ser un individuo con sueños, desafíos y potenciales únicos.
Talvez, no podamos regresar al pasado, no importa cuánto lo intentemos. No importa cuán grandioso haya sido. El pasado no es más que el pasado; en consecuencia, como reflexión final quiero compartir esto: el personaje de Eikichi Onizuka ha sido una figura transformadora en mi vida, inspirándome a ver la enseñanza como una vocación llena de empatía, innovación, mentoría, pensamiento crítico y resiliencia. Mi deseo de ser profesor está profundamente influenciado por su ejemplo, aunque eso a ojo de otros no sea lo más correcto, sin embargo, aspiro llevar esa pasión a mi propia práctica educativa, generando un impacto relevante en la vida de mis estudiantes.