Hoy en día enfrentamos desafíos de distinta índole en nuestra vidas cotidianas, y uno de los más relevantes se presenta en el ámbito educativo. Ante ello, han surgido diversas respuestas que han dado lugar a la implementación de modelos formativos orientados a dar respuesta a dichos desafíos para preparar o dotar al estudiante de las habilidades fundamentales para desempeñarse en un mundo complejo e incierto, por cuanto en el pasado la expectativa estaba centrada en adquirir un grado o título que asegurara la incorporación laboral, y permanecer en ella invariablemente en el tiempo. Sin embargo, los constantes cambios que sufre el mercado laboral desafían la forma tradicional de incorporarse a ella y nos invita a reflexionar sobre ¿cómo debe orientarse hoy el aprendizaje de los estudiantes, si reconocemos que son el centro del proceso formativo?.
El modelo de formación por competencias busca dar respuesta a esta interrogante, desde una mirada integral, en cuanto en el desempeño específico, simple o complejo se ponen de manifiesto los 3 saberes o dominios que la componen, el saber (conocimiento teórico), el hacer (conocimiento práctico) y el ser (conocimiento actitudinal). No obstante, en la práctica muchas veces se encuentra que se privilegia/enfatiza una de estas dimensiones en detrimento de los otras; así tenemos que existen modelos formativos con un énfasis en el SABER, otras en el HACER y muy pocas en el SER. Esto limita una comprensión global del desarrollo competencial que se espera en los estudiantes.
La irrupción de tecnologías emergentes como la Inteligencia Artificial nos cuestionan sobre ¿debe el foco formativo dirigirse a tareas que las máquinas ya pueden ejecutar, o más bien a aquellas que requieren potenciar las denominadas habilidades humanas? Entre ellas tenemos la comunicación efectiva, la inteligencia emocional, el liderazgo, el trabajo en equipo, la adaptabilidad, el pensamiento crítico, analítico y reflexivo, el trabajo en equipo, la creatividad, la empatía, entre otras. Sin embargo, independientemente de este debate, lo que es crucial, es asumir que en el proceso formativo debe tomar auge el atender el saber ser en forma integrada a los otros saberes. Esto implica reconocer que la formación no puede reducirse únicamente a la adquisición de conocimientos técnicos/prácticos o conceptuales/teóricos, sino que también debe propiciar el desarrollo de valores, actitudes y competencias socioemocionales que permitan a la persona actuar con ética, responsabilidad y sentido de humanidad.
En este marco el reto para los docentes universitarios es incorporar en su práctica estrategias pedagógicas que sitúen al ser como eje central del aprendizaje, entre ellas tenemos:
Imagen generada por IA Napking 2025
En definitiva, cuando el docente incorpora inicios y cierres emocionales en su práctica pedagógica, deja de lado el reduccionismo del proceso de transmisión de conocimientos, a comprender que también es un proceso humano donde las emociones impulsan o bloquean el aprendizaje. Generar estos momentos de conexión afectiva contribuye a que el estudiante encuentre enganche entre sus emociones y su proceso de aprendizaje, y pueda comprender que el error es parte de su aprendizaje, y que se encuentra en un espacio seguro donde ello no se penaliza sino permite implementar procesos de mejora continua. De esta manera, el SABER SER se convierte en el eje que articula la experiencia formativa, logrando que el aprendizaje sea significativo, integral y transformador.